Recurriendo a una definición de Platón, los elementos son aquellas cosas que componen y descomponen los cuerpos complejos; es decir, los elementos serían substancias simples, primordiales, que configurarían -según las antiguas tradiciones de todas las civilizaciones esotéricas- tanto el Cosmos como el mismo hombre.
Dicho básicamente qué son estos elementos, queremos aclarar por qué hablamos de cuatro. Este número, al igual que el siete, reviste gran importancia en todas aquellas enseñanzas que han tratado de explicar el mundo y los seres vivos.
El 4 no es un número elegido al azar; el número 4 está imbricado en el Cosmos.
Tradicionalmente, en distintas lenguas y con distintas expresiones, siempre se han conocido cuatro elementos básicos constitutivos del Universo, del Macrocosmos y (por consiguiente, del hombre) del Microcosmos.
Estos cuatro elementos son el Fuego, el Aire, el Agua y la Tierra.
Si bien empleamos estas denominaciones que nos son muy familiares y conocidas, estos elementos no se refieren exactamente a lo que llamamos fuego, aire, agua y tierra, aunque también los engloban.
Muchas veces la palabra Cosmos nos lleva a pensar en algo enorme, un infinito difícil de calcular, de comprender; tanto es así que, como se nos escapa, preferimos no pensar en él, y todas las explicaciones que se nos dan nos parecen fantásticas, ilógicas, producto más de la imaginación que de otra cosa.
Precisamente ahí está el secreto del Cosmos: para los antiguos, no es nada más que un tercer paso en un complejo proceso que solían simbolizar con un triángulo. El primer aspecto de este proceso es el Caos; no el caos como desorden, sino como infinito, como todo lo que está en potencia para manifestarse algún día.
A este Caos infinito le sucede la Inteligencia; este segundo paso es la suma de esquemas, de conformaciones, de ideas, que permiten adecuar el Caos primero, organizarlo, esquematizarlo.
Y, por fin, nos encontramos con el tercer paso del proceso: el Cosmos que ha nacido, que se ha gestado aparte de estos dos elementos primeros: con el Caos que es todo el infinito, con el Teos que le ha dado forma y le ha puesto orden.
Este Cosmos comienza a desenvolverse, a materializarse (empleando palabras que las antiguas enseñanzas refieren sobre estos temas); es decir, que se concreta poco a poco, a través de siete pasos, procesos o elementos.
Que de estos elementos sean cuatro conocidos para nosotros, uno apenas, y dos un misterio, nos obliga a referirnos por lo menos a aquellos que conocemos. El inferior, el más material y concreto, es el elemento Tierra; y, aumentando la sutileza, seguiría el elemento Agua; un poco más sutil el Aire, y más sutil todavía el Fuego; finalmente, habría un quinto elemento, que se ha dado en llamar Eter, cuyas características son indefinibles aún.
La Tierra se relaciona con la materia concreta, con aquello que está expresado en dimensiones, que puede pesarse, medirse, trasladarse.
Esta tierra es justamente lo concreto, aquello que pesa, no sólo en el Cosmos asumiendo forma de planeta, de estrellas, sino que pesa también en nosotros asumiendo forma de cuerpo.
Continuará ...
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